Barack Obama anunció ayer su decisión de castigar militarmente a Siria, pero pospuso el ataque hasta que las dos cámaras del Congreso celebren un debate y voten la autorización de la acción. El congreso no regresa de vacaciones hasta el 9 de septiembre. No se descarta una convocatoria anticipada, pero Obama marcha de viaje el martes por la noche a Suecia y Rusia (cumbre del G-20), desde donde regresará el fin de semana, lo que en principio deja cualquier operación para después.
La opinión mayoritaria de los estadounidenses, que en un 79% piden esa autorización expresa por parte del Congreso, y la insistencia en ese sentido tanto de demócratas como de republicanos, ha llevado finalmente a Obama a retrasar el lanzamiento de misiles, a pesar de insistir en que tiene autoridad suficiente para una acción de ese tipo sin contar con el visto bueno parlamentario.
«Nuestros militares han posicionado sus fuerzas en la región. El jefe del Estado Mayor me ha informado de que nuestra capacidad de ejecución se puede ejecitarla mañana, la próxima semana o dentro de un mes.Estoy preparado para dar la orden», declaró el presidente estadounidense en una comparecencia sin preguntas en el jardín de la Casa Blanca.
Obama calificó el ataque con armas químicas del 21 de agosto en suburbios de Damasco, perpetrado según la inteligencia estadunidense por el régimen sirio, como «el peor ataque químico del siglo XXI». Lo valoró como un «asalto a la dignidad humana y un serio peligro para la seguridad nacional» de EE.UU., así como un riesgo para los países vecinos y una amenaza para la proliferación de grupos terroristas.«Esto debe ser confrontado», «sé bien que estamos cansados de guerra, pero somos los Estados Unidos de América y no podemos cerra los ojos ante lo que pasó en Damasco», concluyó.
Con su intervención, Obama ponía freno momentáneo a la aceleración de los últimos días. Estados Unidos movió el jueves otro destructor a la zona oriental del Mediterráneo, donde ya previamente había concentrado cuatro. Cada uno dispone de docenas de misiles Tomahawk, que son los que básicamente se utilizarían para el golpe de castigo contra el régimen sirio. La presentación el viernes por parte del secretario de Estado, John Kerry, del informe de inteligencia que «sentencia» la responsabilidad del régimen sirio en el ataque con gas del día 21 elevó el listón a un punto sin retorno.
La Casa Blanca mantuvo ayer una conferencia con todos los senadores y hoy lo hará con todos los miembros de la Cámara de Representantes. Todo indicaba un inminente ataque, dado que esas dos últimas citas eran innecesarias en caso de que Obama hubiera previsto de entrada buscar la autorización formal en una votación del Congreso más adelante.
Dudas de la opinión pública
En su aparición ante los medios, Obama aseguró sentirse «cómodo» deatacar sin la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se encuentra «completamente paralizado y sin voluntad de pasar cuentas a Al Assad».
Su principal preocupación estaba en la opinión pública estadounidense, a la que quiere ganarse. Los estadounidenses están mostrando poco entusiasmo con la acción contra Siria. El 50% se opone al ataque, mientras que lo apoya el 42%, de acuerdo con un sondeo de la cadena NBC. Aunque esos porcentajes se intercambian cuando se define el ataque como algo limitado al lanzamiento de misiles desde barcos, la cuestión es que Obama de momento no ha logrado que su justificación de la agresión de castigo atraiga un gran mayoría social.
Tampoco entre el Ejército la opinión está del todo con el presidente. Diversos militares contactos por «The Washington Post» expresaron sus dudas sobre un ataque que, para ser consecuente, debería ir acompañado de otras acciones. En este sentido, el jefe del Estado Mayor conjunto, general Martin Dempsey, advirtió el mes pasado en una carta al Senado que un ataque, aunque limitado, probablemente acabaría arrastrando a EE.UU. a una mayor intervención. «Una vez tomemos acción, deberíamos estar preparados para lo que viene después. Una mayor implicación es difícil de evitar».
En declaraciones previas, el general Dempsey había indicado que «el poder militar debería ser parte de una solución estratégica global que incluya socios internacionales y a todo el Gobierno» (con esto hacía referencia a alineación de Administración y Congreso. Sin esta estrategia de fondo, «la aplicación de la fuerza raramente produce, y quizás nunca lo haga, la solución que buscamos».
Por otra parte, George Bush declinó expresar su opinión sobre el ataque, en una aparición en un programa de televisión. «El presidente tiene que tomar una decisión muy difícil. Si decide usar nuestros militares, tendrá la mayor fuerza militar apoyándole», dijo, insistiendo en que no quería «ser arrastrado» a inmiscuirse en lo que es una decisión de Obama. Quien sí lo hizo fue Jimmy Carter, que advirtió que una acción sin el aval de la ONU sería «ilegal». Consideró «improbable» que un ataque cambie las cosas.